Nos encantaba imaginar como era la vida en esa época y, después de pasear por sus alrededores, como lo
había hecho tantas veces cuando era un chiquillo, sentía inexplicablemente la fuerza de mi familia,
que durante varias generaciones había sido propietaria de una parte de esa gran casa.
Las tardes de verano en el Camino Real con el medianero, sus hijos y mi hermano quedaron atrás; ahora
era mi mujer la que me acompañaba a recordar mi infancia.
Las visitas al principio eran dispersas, pero , sin darnos cuenta, se fueron haciendo cada vez más frecuentes. La fuerza del caserío nos
fue envolviendo, su portada, su patio, sus distintas estancias... y empezó a ser parte de nuestra vida.
Queríamos que se conservara, pero en cada visita podíamos observar como se caía poco a poco. No podía terminar así la historia
de unas casas que llegaron a ser un símbolo de identidad del pueblo.
Así que un día, a pesar de las distintas opiniones y después de madurar mucho la idea, decidimos restaurar el caserío y hacerlo
habitable. Empezamos a trabajar duro para conseguir nuestros objetivos. De los problemas que nos encontramos, no vamos a hablar,
tampoco del tiempo,…sólo queremos dar las gracias a todos los que han hecho posible que nuestro sueño sea una realidad.